domingo, 16 de outubro de 2016

Las palabras que me solías decir - Paulo Cesar Corrêa

 “Te quiero”
Estas son las palabras que María solía decirme cuando caminábamos tomados de la mano por las calles de Barcelona mientras comíamos un helado de Vioko. Éstas son las palabras que me susurraba después de pasar días felices en la playa de Barceloneta o con nuestros amigos en Sant Miquel. Me las gritaba cuando en la moto, salíamos a toda velocidad por la Passeig de Colom, bajo las miradas acusadoras de personas que ya se habían olvidado la belleza de amar. 
Pero no más. Ahora la veo con las manos más hermosas del mundo en la solapa de la chaqueta de otro hombre, una sonrisa en la cara y los ojos brillantes, diciéndole las palabras que me solía decir. 
Aún me quedo mirándola. Ha cambiado, pero todos cambiamos ¿verdad? Lleva más maquillaje en la cara que cuando la conocí, tiene el cabello más largo y quizás haya crecido un poco también. Pero hay algo más, algo interior. Quizás el hecho de que esté mayor y no tan ingenua como hace tres años. Ella lo besa y si hubiera un Dios en el cielo, no la dejaría hacerlo. Si hubiera un Dios, le recordaría todos los momentos que vivimos juntos, de todo lo que compartimos. 
El tipo le da una cachetadita en el culo y ella se ríe. María se aleja de él, yéndose en la dirección del portón de su casa. Los dos tienen una expresión bonita en la cara y con un grito feliz, María le dice las otras dos palabras que me solía decir. Las palabras vestidas de una esperanza y de un futuro: Hasta mañana.

(...)

La calle está vacía, bueno, hay uno que otro perro caminando, pero no se ve nadie. Puedo ver la ventana de la habitación de María, la luz está encendida. Ella vive en una casa de dos pisos, pintada de marrón y blanco, con un jardín que embellece la parte delantera de la casa en donde se ven las rosas que plantamos en un día de verano, en compañía de mi hermana, Lea y su novio. Ellos llevaban cinco años juntos, una historia de amor que sólo se ve en las películas de Nicholas Sparks – una de esas tan melancólicas que te dan ganas de morir. Fuimos a la Basílica de la Mercè y después, almorzamos una comida mexicana en Señor Burrito, recuerdo que la comida estaba para chuparse los dedos y a María le había encantado la decoración del restaurante, “Una pasada”, decía ella. 
¡Hostia! ¿Por qué todas estas cosas me vienen a la cabeza ahora? Una vez, un chico brasileño me dijo que a la memoria le gusta mantener las cosas que hacen sonreír al corazón. Un día todo eso me hizo reír, pero ya no. Me cagué en todo, ya no tengo más a mi hermana y tampoco tengo a María.
Pero ¿Qué pudo ser tan terrible como para haber perdido todo? Quizás esta sea su pregunta, querido lector. Bueno, creo que lo que dice San Pablo en el libro de Gálatas: “todo lo que el hombre siembre, eso también segará”, es verdadero.
Hace tres años, yo no era el hombre lleno de arrepentimientos que soy ahora. Tampoco me importaba lo que pensaran los otros, sólo me apetecía salir con mi pandilla, Los Águilas. Éramos como que un mito en Barcelona, nos conocían todos, éramos temidos. Es bueno eso: ser temido, pero solo por un tiempo. Después, cuando creces, te das cuenta de que todo lo que quieres es paz y alguien con quien disfrutar un buen vino. 

Era un viernes soleado, mi moto estaba en el taller y mi hermana me había pedido que la ayudara con su nuevo proyecto en la oficina de arte donde trabajaba. No importa si tú eres un violento y un joven rebelde, cuándo tu hermana te pide algo, tú lo haces, es instintivo.
Subí en el bus que iba en dirección al centro, donde quedaba el trabajo de Lea. Haces de luz entraban por la ventanilla, una niña lloraba no se sabe el porqué, un hombre con una chaqueta hablaba en el móvil, una pareja de adolecentes compartía un auricular, escuchando las canciones más románticas para ellos; un chico canturreaba algo que me parecía una cancioncita de Quique González − después de un tiempo escuchándolo me di cuenta que era Piedras y Flores. Pero mis ojos se detuvieron en una chica cerca del conductor: llevaba una falda azul transparente y una camisa blanca, el pelo rubio le daba una apariencia angelical, cayéndole por sus hombros y el cuello. Tenía las piernas más bonitas que había visto ¡Que raro! Si estuviera cerca de ella ¿Le habría notado las piernas? Algunas veces, sólo notamos las mejores cosas de una persona cuando la vemos desde lejos. 
¡Guapa! Yo grité, ¿Quieres compañía?, Ella no me escuchó, me acerqué y una vez más grité: Oye, guapa ¿Quieres compañía?
La chica me miró enfadada y con un derechazo me golpeó en la cara. 

(...)

− ¿Te dolió la cachetada? – Mi hermana se echó a reír cuando me vio con la mejilla roja. 
− Un poco − Pero la verdad, me ardía como el fuego. 
− ¿Se puede saber por qué te pegaron?
− Solo quise ser un buen chico y hacerle compañía a una chava. 
Lea me miró con las cejas levantadas, creo que en su cabeza ella estaba pensando “Que tipo tonto ¿Es mi hermano de verdad?”.  
− ¿Y era guapa? – Me preguntó mientras se ponía los guantes. 
− Bueno, las piernas eran una maravilla. − Yo le sonreí.
− Eres un tonto.
Trabajamos un rato sin hablar, estar con Lea me hacía ser diferente, cuando estaba con ella el tipo violento y temido simplemente no existía. El nuevo proyecto de ella consistía en hacer ocho pinturas originales representando la regresión humana, desde la paz del Edén hasta los días de guerra en que vivimos. Cada pintura tenía dos metros de altura y tres y medio de ancho. Lea me dijo que había contratado a una aprendiz para ayudarla.
− Creo que va a llegar pronto, me dijo que llegaría un poquito tarde porque tuvo un problemita en el bus en el que estaba.
− Que clase de problema – Pregunté, tranquilo.
− Un idiota la estaba molestando, según ella, bajó del bus y se fue a la delegación de policía para presentar cargos contra el hombre. 
¡Hostia! ¿Cuáles eran las probabilidades de que eso ocurriera? Traté de tranquilizarme, pero cuando oí una voz de mujer detrás de mí diciendo “hola” para mi hermana, supe que era ella. 
Y fue así que conocí a María. 

(...)

Ahora debes estar muy confundido, ¿Verdad, lector? Tu pregunta debe ser algo así “¿Y cómo vosotros salisteis del rencor al amor?” Bueno, eso es sencillo: la línea entre las dos cosas es muy frágil, empiezas a conocer de verdad a la persona y descubres que tienes los mismos gustos que él/ella. No fue fácil con María, tengo que admitir que en muchos momentos ella era la chica más tocapelotas y aburrida del mundo, pero algo en ella me hacía querer conocerla mejor. Quizás el amor por la vida y por las cosas simples. Es necesario valorar las cosas simples y aunque yo fuera un rebelde y gilipollas, a mí me gustaba disfrutar de la tranquilidad y la belleza en la simplicidad de algunas cosas, como tomar un café en DelaCream, cerca del Museo Picasso de Barcelona o mirar las olas de la playa, blancas y salvajes. 
Un helado aquí, un café allí. Una invitación para una corrida de motos, encuentros casuales en Razzmatazz en las noches de sábado, una cena en un restaurante chino y puff, nació un sentimiento. Poco a poco, nos entregábamos a una nueva sensación, llena de sonrisas y satisfacción. 
Creo que ya has estado enamorado ¿No? Todos ya lo hemos. Primero empiezas a creer que la persona amada es tu universo, el primer pensamiento del día, justo cuando despiertas, lo dedicas a la chica que quieres, después te preguntas que está pensando y que está haciendo, entonces te dan ganas de llamarla y escuchar su voz, su risa, sus resoplos y te pones a imaginar las muecas que hace al otro lado de la línea. 
Sí, siempre existen los momentos de tensión, cuando los dos no concuerdan con algo o cuando él cree que ella lleva una ropa muy escotada o cuando a ella le parece que la mirada que él da a una chica es más demorada de lo debido. Pero, como dice Salomón, “hierro con hierro se aguza; y el hombre aguza el rostro de su amigo”. Las pequeñas peleas son importantes para una relación, la mejoran y te tengo que decir, lector: echo de menos estas peleas. 

(...)

Carajo ¿Por qué dejo que estos recuerdos lleguen? Son una bendición, pero también una maldición. Ya no quiero acordarme de la primera vez que nos besamos en un concierto de U2. Tampoco quiero recordar cuando nos fuimos a Valencia a visitar a sus padres y como estuvo de la hostia cuando andamos los cuatro en cicla con el Mediterráneo como testigo de nuestro amor. Aún menos quiero recordar cuando mi hermana sufrió un accidente con su coche, como echo de menos a mí Lea… si pudiera, le pediría a Dios para que me llevara, pues no puedo soportar más esta vida, pero esto sería egoísta. 
Ya no quiero pensar más en María, en como la perdí. Ella me había pedido razonar mejor las cosas, ser menos agresivo, pero ¿Cómo podría estar tranquilo? Mi hermana estaba muerta, mis ansias por caer en las hostias con alguien eran muy grandes. A mis padres no les importaba, ya estaban felices, ya salían con su pandilla de viejos a jugar póquer o algo así. 
Era un miércoles. Barcelona y Real Madrid habían jugado, la ciudad estaba hecha un caos. María me esperaba en el salón de belleza, me había dicho que se quería cambiar el peinado, pues el que tenía ya estaba “out of fashion”. Como me encantaba cuando ella decía las palabras en inglés con su inconfundible acento catalán. Debía recogerla a las ocho de la noche, pero nunca aparecí. Estaba en la delegación de policía porque había golpeado a un tipo en la cara ¿Por qué? Simplemente por ser un mal conductor. El tipo tenía un Audi A4 azul, muy bonito, pero ¿Para qué un coche de la hostia si conduces peor que un niño de tres años? 
El hombre de unos cuarenta años tenía una botella de Heineken en una de las manos y en la otra un cigarrillo. El semáforo estaba en verde pero él no se movía, toqué la bocina como que tres veces y nada. Bajé de mi moto y me fui hacia la ventanilla del coche. El mamarracho estaba tranquilo, como si nada estuviera pasando, la rabia hizo la sangre subir hacia mi cabeza, rompí la ventanilla del coche y el tipo, asustado, me miró por primera vez. 
− Desgraciado ¿Qué hiciste con mi coche? 
Fue la última cosa que dijo aquel día. Le golpee tanto en la cara, en la barriga, le rompí la nariz y tres costillas. Algunas personas pasaban pero no tenían la valentía de pararme, una mujer gritó “llamen la policía” y lo hicieron. 

(...)

María apaga la luz de su habitación, la echo de menos. El sonido de su risa, el brillo de sus ojos. Lo sé, fui un imbécil. María fue solo una vez a la cárcel para visitarme, dijo que nunca más quería verme en su vida, dijo que todos estaban en los cierto acerca de mí, que mi hermana tenía suerte de estar muerta para no verme en la cárcel. La escuché y la miré, pero no hice nada, ella tenía la razón.
Las estrellas brillan en el cielo y sus parpadeos me encantan por un rato. He salido de la cárcel hace una semana y echaba de menos las maravillas de la naturaleza. Miro una última vez la ventana de María, intento recordar su voz, es bella y ahora, la única cosa que quiero recordar, es a María diciéndome “te quiero” una vez más.

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